martes, 29 de junio de 2010

35 - De burbuja en burbuja





Y entonces vieron y señalaron y vitorearon y admiraron y contemplaron más y se embelesaron más y más jalearon y más aplaudieron  y más -al unísono, inmersos en una repentina atmósfera de simultáneo y disparatado éxtasis- al paisaje urbano que se les mostraba, dando rienda suelta a las ansias de eufórica explosión individual y colectiva que tanto les urgía, el Teatro de la Maestranza y la Plaza de Toros del mismo nombre, el fin del Paseo de las Delicias, y avanzaron por el Paseo de Colón, con fluidez, sin mucho tráfico, arropados por la suave temperatura de septiembre, con Jasper asomado a la ventanilla gritando ¡somos libres!, ¡gente, escúchenme, estamos fuera!, sin importarle lo ridículo de su acción, lo arriesgado incluso, y dejaron atrás la calle Arjona, la Plaza de Armas, con el interior del vehículo -su vigente glóbulo vital- transfigurado en puro espectáculo de voces, gritos, risas nerviosas, sin control, anegados por la súbita descarga de felicidad y liberación, y enfilaron la calle Torneo, contemplando siempre a su izquierda las tranquilas aguas del río Guadalquivir, al que Rubí saludaba efusiva, ¡hola río!, ¡hola río!, y avistaron los edificios que conforman el recuerdo de la Exposición Universal del noventa y dos, que parecían recibirlos cortésmente con su emblemática presencia.
Y llegaron al final de Torneo, a la altura del puente llamado de la Barqueta.
-Aparca ya por aquí donde puedas... ¿sí?...
Tras unos minutos de búsqueda, Rubí consiguió encontrar un lugar para el coche.
-Ahora quiero calma, chicos, ¡mucha calma ahí fuera! ¡Mu...cha... cal...ma! –advirtió Laslo con grave seriedad, asumiendo un liderazgo no cuestionado por nadie- ¿Es muy lejos? –preguntó a Gaspar, ya en el exterior, cerrando la puerta.
-No, aquí al lado, a cinco minutos...
-Entonces nos lo llevamos todo. Vamos...
Y allá que marcharon tras los pasos de Gaspar y su bolsa de plástico.
Laslo con su maleta azul, Rubí con su mochila, su maleta roja y su bolso a juego, y Badián con lo puesto.
Tras un breve camino llegaron a una vía de dirección única. La calle Bécquer. Entraron en el número 51. La nueva burbuja.
Tras la puerta los recibió un amplio salón, en cuyo fondo se elevaba una escalera al aire de madera, y bajo sus escalones, como tutelando la habitación, un televisor de pantalla plana de unas 42 pulgadas.
A la derecha pudieron ver un colorido sofá y una mesilla llena de papeles, periódicos y un par de ceniceros. Al lado contrario una mesa amplia, de color rojo, rodeada por cuatro sillas azules. Sobre la mesa más papeles y algunos libros, un cenicero y un vaso de cristal vacío.
En el techo una lámpara de diseño con cinco tulipas blancas presidía aquel espacio.
-Dejad las cosas por aquí -les dijo Gaspar, señalando el rincón del sofá.
Y allí quedaron las maletas.
Rubí preguntó por el baño y Gaspar le indicó que subiera los escalones, Está arriba, junto a las dos habitaciones, y hacia allá se encaminó deprisa la joven, con su mochila y su bolso rojo.
Laslo se había sentado en el sofá y tras instarle a Badián a que buscara un ordenador, prendió un cigarrillo con su plateado zippo y comenzó a buscar nerviosamente el mando de la televisión.
-Toma –le dijo Gaspar, acercándoselo.
-¿Cuál es la cadena local de Sevilla?
-Giralda Televisión... está en el canal treinta y tres... ¿Las noticias?...
Laslo, que efectivamente quería saber si decían algo del Tasca en los informativos, miró a Gaspar en forma nada amistosa.
-En fin... -dijo éste dirigiéndose a la cocina, pues había visto a Badián entrar allí.
-Eh, Badián... chico, que no es ahí...
Echándole un brazo sobre los hombros lo dirigió amistosamente justo enfrente, hacia una puerta que se abría junto al colorido sofá ocupado por Laslo.
Lo invitó a pasar a una pequeña habitación que sin duda el publicista Gaspar utilizaba como despacho.
Le encendió el ordenador y lo dejó a solas.
-Voy a ducharme y a cambiarme ya este desastre de camisa y pantalones...
Badián quedó frente al pecé, que se inicializaba en silencio. Mientras, miró a su alrededor. Las paredes de aquella habitación, de un verde cálido, eran, comprobó sorpendido, una invitación permanente al consumo de todo tipo, un pequeño museo del cartel publicitario.
Podía contemplarse desde un cartel de Daura, jarabes y horchatas de Barcelona, en Gracia, pasando por el inigualable Tergal, la alegría del vestir, hasta la Tournnée du chat noir, con un gran gato negro dibujado, de Rodolpte Salis. Anuncios también de Telkom de Indonesia, uno grande y misterioso en el que podía leerse Buque & amp; Eneo presenta: Exposición de portadas intervenidas de Ene O, o aquel de colores chillones que nos avisaba: This is just a game...
El ordenador le dio la bienvenida y Badián se dirigió raudo a Google.
Entonces quedó en blanco. ¿Qué mierdas escribo?, pensó.


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Foto: jose rasero

jueves, 24 de junio de 2010

culpas















mi cara,
no sé si dolida,
sí distinta.

(tú)
fuiste
lo más difícil
que vi en tus ojos.

divino, tu cuerpo
de hoteles, fotografías, arquitecturas de verano,
flores puestas en agua.
caminos de horizontes
amplios
de noches
de estrellas
y amor a la carta.

exceso de perfección
de cada cual,
en sus rimas,
frente a su espejo.

quizás.

pero no es tiempo
de parálisis
frente a ese mar
que veo
o una luna.

pues ahora
huyeron las aves
de tu lengua
de sofá.

desaparecieron
como por magia
las caricias de la carne
débil
y el sudor,
por siempre,
los acompasados movimientos.

y somos víctimas,
en la distancia de lluvias,
de los párpados abiertos
sin lágrimas, ni palabras
ya.

y sólo el silencio nos acompaña,
y nos envuelve en incógnitas
de culpa,
como versos que somos
ya huérfanos
de música,
de ritmo.

Foto: jose rasero

martes, 22 de junio de 2010

34 - La ciudad



Excepto Badián, los otros tres llevaban al menos dos meses viviendo en la clínica, y ahora se sentían extraños, fuera de lugar, una molesta ansiedad picoteándoles por dentro.
Todos mantenían también inevitablemente incrustada en sus mentes la imagen del Tasca, la pelea con Laslo, la sangre, las dudas por la gravedad de lo sucedido, pero ninguno quería hablar de ello, por el momento.
-¿Y ahora qué? -rompió Rubí, sin poder disimular sus nervios, el engorroso silencio.
Laslo se giró hacia Badián.
-Tú necesitabas un ordenador para encontrar a tu amigo ¿no?
-Sí... claro... Cúter -el joven Badián parecía recuperarse levemente de los últimos sobresaltos. El dolor había remitido y la imagen de los rumanos se evaporó, dando paso a la más reciente de las largas piernas y las braguitas rosas.
-Pues...
-Ya veo que aquí el único aborigen es el menda, ¿sí? Ni tenéis ni idea de dónde estáis, ¿verdad?... así que tendrá que ser mua quien os saque de aquí, ¿sí? –habló un aparentemente animado Gaspar.
-Vale, tío listo –cortó Laslo- Guíanos a una sala de juegos o a un cibercafé, a algún sitio que tenga conexión a internet, si es posible que no sea muy céntrico...
-A sus órdenes, mi capitán... -dijo Gaspar, imitando el saludo militar, con una leve sonrisa en los labios- Pero haré algo mejor, ¿sí?... os guiaré a mi casa... Mira, niña, sigue todo recto y saldremos a la avenida de Carranza... ahí te vas a seguir adelante hasta que yo te avise...
Rubí arrancó el auto con una brusquedad que delató su condición de ele al volante, y siguió con atención extrema las indicaciones de Gaspar.
El sonido del motor, la vibración y movimiento del coche, y la flamante idea de ir a una casa, a un lugar privado, ¡a una nueva burbuja!, toda esa conjunción de cosas pareció tranquilizarlos.
Laslo preguntó entonces, como queriendo restablecer la normalidad de lo cotidiano entre ellos, si alguien tenía hora.
-Las doce y media –contestó Rubí, señalando el radio-reloj digital que había en el salpicadero.
-Y ¿qué fecha tenemos? –inquirió ahora Gaspar, uniéndose divertido a la estratagema normalizadora
-Miércoles, veintitrés del nueve de dos mil nueve –contestó Laslo, leyendo el reloj de forma exhaustiva.
Necesitaban con rapidez ubicarse de nuevo en la realidad que ya les rodeaba, en sus parámetros, en sus reglas. Situarse en el estado al que regresaban, que ya los envolvía, al que debían adaptarse sin pausa.
-¿Ves esa rotonda?, ¿sí? Vamos a la derecha...
Rubí giró el volante y se adentraron en un puente sobre el río Guadalquivir.
-Ahora a la izquierda, bonita...
-¡Eh, eso es la Torre del Oro!... -exclamó un Badián de pronto feliz e inocente como un niño, que casi no podía creer que hubiese reanudado su viaje y dejado atrás la pesadilla.

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Foto: jose rasero

sábado, 19 de junio de 2010

    d í a

      d e l

       E S P A Ñ O L


Me gusta la palabra:  Dingolondango

viernes, 18 de junio de 2010

Até sempre, Saramago ...


 
"La mujer del médico se levantó, se acercó a la ventana. Miró hacia abajo, a la calle cubierta de basura, a las personas que gritaban y cantaban. Luego alzó la cabeza al cielo y lo vio todo blanco, Ahora me toca a mí, pensó. El miedo súbito le hizo bajar los ojos. La ciudad aún estaba allí."





jueves, 17 de junio de 2010

Las tildes sólo molestan a los que no saben qué hacer con ellas





La publicación de la primera novela en español sin tildes, me ha puesto los vellos de punta. Por si no tuviéramos bastante con la filosofía del mínimo esfuerzo que nos invade a diario y desde todas direcciones, ahora se disponen a  cargarse directamente  la lengua española (ya suficiente y cotidianamente maltratada) aduciendo no sé qué ventajas en la supresión de las tildes 
Huida a Jerte, de Martín Ortega Carcelén, ha sido editada por Wai Lai Futuro: en su nota de prensa declaran que "la ausencia de tildes en la lengua española es un cambio ortográfico muy sencillo con claras ventajas y pocos inconvenientes".

A través del blog (que ya mismo os recomiendo) DesEquiLIBROS. Lectura y cultura leo el artículo "Las adulteras sin tilde" de Marius Sierra (La vanguardia. Martes 15 de junio de 2010) Este es el extracto que nos muestran en DesEquiLIBROS...:

Pero ¿realmente son pocos los inconvenientes que provoca la ausencia de tildes? Me dispongo a comprobarlo.

Abro el diccionario y busco confusiones. Me bastan las palabras que empiezan por A, B y C.
Doy con un adúltero que adultero sin tilde, igual como adulteró al dios islámico Alá quien le transformó en simple ala.
Quien aligera a una criatura alígera firma con un alias al que no te alías. La señora Ambrosia toma ambrosía para que la amen, y amén.
El diccionario era amplio, pero él lo amplió aún más como ahora lo amplío yo.
Quienes no quieran tildes que anden por el andén mientras les animas a pasar allí la noche de Ánimas.
El amante de las tildes apodó con un apodo ápodo al cojo sin pies y ahora apostata para llegar a ser apóstata.
Este artículo sólo lo leerás si articulo bien el discurso, como quien asía un mapa de Asia o quien te pide que azucares el café con azúcares o quien les pide que bailen en plena batalla de Bailén.
El editor asesino de tildes barrió el barrio hasta que alguien le pisó el callo y calló.
Habla tú ahora: bebe a la salud de su bebé y pregúntate si sin tildes cabrá la cabra.
Antes de llegar al tercer capítulo capitulo, dijo el presunto lector, y capituló.
Antes de que alguien le cascara la cáscara de lector, catalogó la novela sin tildes en el catálogo de lo nefasto y me pidió que no celebre que llegue a ser célebre (y no lo celebré).
Aunque sea cortés en las Cortes el César debe cesar, dije, y él circuló en círculo, computó el cómputo y continuó por el camino continuo, igual como ahora yo continúo por el otro.
La escritura sin tildes contrarió al contrario tal como yo le contrarío ahora.
Si Wai Lai Futuro cree en un futuro así, critico al crítico igual como él me criticó cuando le hice ver que cualquier día de estos, por su mal acento, resbalará con un cubito y se romperá el cúbito.
Por atildado".

Y ya metidos en arena os sugiero también la entrada de DesEquiLIBROS... :   "Las tildes sólo molestan a los que no saben ponerlas"

Después de todo ello que cada cual saque sus conclusiones.
Yo lo tengo MÁS que claro (y que nadie me tilde de tildón pues andará errado y confundido)

Foto: jose rasero

martes, 15 de junio de 2010

33 - La huida (III)





Por fin atravesaron la última puerta de aquel caos de edificio, la cual representaba para los cuatro, y a un tiempo, término y principio en sus convergentes vidas.
Nada más franquearla y poner los pies fuera se encontraron bajo una pequeña arboleda y contemplaron ante ellos un descampado de unos cincuenta metros tras el que una verja de hierro de color verde delimitaba el espacio exterior de la clínica.
Y hacia allá corrieron, cada cual inmerso en la esfera de sus pensamientos, cada íntima abstracción intoxicada por la escena de la pelea, por la visión de la sangre, por lo incierto de lo que se desplegaba ante ellos, todos unidos ahora, eso sí, en un objetivo común.
Al llegar a la verja, de unos dos metros y medio de altura, comprendieron que tendrían que pasar por encima de ella. No había puerta ni abertura alguna a la vista.
Sin pensarlo, Laslo se encaramó en lo alto de la valla, ajustándose con precaución entre dos de los barrotes en forma de lanza que la coronaban a todo lo largo.
Le alcanzaron primero la maleta de Rubí, que agarró con esfuerzo y bajó con cuidado hacia el otro lado. Después efectuó la misma operación con la suya. Al ayudar a subir a Rubí, alcanzándole una mano y tirando de ella hacia arriba, tuvo Badián una visión plena de las largas piernas de la joven y de unas braguitas de color rosa que ayudaron a aumentar su ya casi crónico estado de conmoción.
El publicista Gaspar, por su parte, demostró gran elasticidad y en un visto y no visto estaba del otro lado de la valla, en zona libre, en la ciudad.
-Vaya, eso es el Parque de los Príncipes... -dijo en voz alta, señalando el bosquecillo que se veía tras la otra acera de la autovía- ...así que... estamos en la Avenida Alfredo Kraus... -concluyó con seguridad pericial.
Laslo también tuvo que ayudar a Badián, que, entre los dolores físicos y las turbaciones mentales, andaba bastante sonado.
-¡Seguidme! -exclamó entonces Rubí, que, al echar un vistazo en derredor, pareció haber recordado el lugar en que dejó su coche- Está algo más allá de esa gasolinera –sentenció con firmeza.
Caminaron pues los tres hombres tras la mujer por una amplia acera arbolada, a un lado de la arteria de cuatro carriles. El Ford fiesta estaba a unos cien metros, en la misma avenida Alfredo Kraus.
-Cuando vine no sabía que en la clínica tenían sitio para aparcar... -se explicó Rubí, mientras levantaba la puerta trasera del auto.
-¿Tú viniste solita? –preguntó Laslo colocando a toda prisa las dos maletas en el interior.
-No, me trajo mi padre. Él se fue después, en taxi supongo... No he vuelto a saber de él...
Tras cerrar la puerta de atrás y disponerse a entrar en el coche, Laslo, algo incómodo, miró a Gaspar.
-Tú... bueno, gracias por todo tío... -dijo, ofreciéndole la mano, como en una despedida.
-No, mira, yo voy con vosotros...
-Pero...
-Os pagaré.
No hubo más que hablar.
Y así los cuatro tomaron posiciones dentro del vehículo. Rubí al volante y Laslo como copiloto. En los asientos traseros Badián podía entrever en diagonal parte de la figura de Rubí mientras Gaspar tenía frente a él la larga y negra cabellera de la joven.
El auto desprendía un característico olor a nuevo –que no lo era, aunque sí se percibía que había sido poco usado en sus años de vida- y también a cerrado, conformando una atmósfera cargada y agobiante. Tanto Rubí como Laslo bajaron de forma maquinal sus respectivas ventanillas.
Durante unos instantes todos permanecieron en silencio, como si nadie supiera qué hacer una vez alcanzada la tan deseada y nueva libertad. Se hallaban fuera de la seguridad de burbuja que constituía y ofrecía la permanencia en la clínica y ahora, fuera de ella, la cosa se complicaba. De momento, eso sí, parecían haberse instalado en otra pompa, algo más pequeña.


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Foto: jose rasero

sábado, 12 de junio de 2010










¿Dónde nace una lágrima?
¿Cuál es su mar?
¿Cuál su nostalgia?

¿Cuál mi mirada?


Foto: jose rasero

martes, 8 de junio de 2010

32 - La huida (II)





-¿¡Los rumanos!?...
La estupefacción, en repentina asociación con el dolor de la entrepierna, se adueñó por completo de rostro y alma de Badián, que volvió a verse a sí mismo dos días atrás -ahora  le parecían meses- conversando nebulosamente con aquel grupo de rumanos alrededor de unos litros de cerveza en la estación de Sevilla, Santa Justa. Justo donde se inició toda la pesadilla en la que, para su horror, seguía envuelto.
-Vamos poeta, no hay tiempo de explicaciones ahora, ¡hay que largarse!...
Y allá que se lanzaron los tres, pasillo adelante, bajando las escaleras con caótico alboroto, dejando atrás las oficinas -y en su interior a las dos señoritas administrativas tecleando frente a sus pantallas de ordenador, boquiabiertas y lánguidas- y se adentraron en el patio interior de los naranjos, que Badián pisaba por primera vez. Atravesaron éste y se introdujeron por unos pasillos mucho más estrechos, oscuros y laberínticos que los que había conocido el joven  en la otra parte del edificio, la zona nueva. En la alocada carrera pudieron contemplar como en veloces instantáneas de alguna trama de terror o intriga habitaciones abiertas, diminutas, umbrías, atestadas de catres y literas, habitadas por lo que parecían sombras humanas, y cuando doblaban casi al unísono uno de los tortuosos meandros de aquella maraña arquitectónica se encontraron frente a ellos a un hombre de pie, parado, con un aparatoso vendaje en la nariz y un grueso garrote de madera asido por su mano derecha, con el que golpeaba rítmica y suavemente la palma abierta de la izquierda.
Era el Tasca.
-¡De aquí no sale ni la madre que lo parió, cabrones! ¡Y menos tú, joputa! –gritó, amenazándolos con el arma, y señalando a Badián con la mirada.
Los tres fugitivos se habían detenido en seco.
-¿No firmaste unos papeles, mamón? -preguntó al joven.
-¡Otra vez con esas!... Se supone que eran para un tratamiento de desintoxicación, ¿no?, apenas los leí... -explicó desganado Badián, que no dejaba de darle vueltas al asunto de los malditos rumanos, colocándose lentamente en cuclillas, para aliviar el dolor.
-¡Eran para mucho más, desgraciao! ¡Y yo me saco mi panoja encargándome de ti, carajo!, ¡y no la voy a perder por un niñato caracubo como tú, pringao, así que ya estáis dando la media vuelta!...
Detrás del Tasca los prófugos vieron aparecer al publicista Gaspar, que les hacía gestos nerviosos con las manos, como preguntándoles de qué manera podía ayudarlos.
Sin embargo, el Tasca advirtió rápido en las caras que tenía delante que algo sucedía a sus espaldas, y, agarrando con ambas manos el garrote, se giró velozmente bateando cual si se tratase de un lance  de béisbol, rozando apenas con el brutal artefacto el delgado cuerpo de Gaspar, que a pesar de ello cayó al suelo, se diría que por impulso del aire.
Aprovechó Laslo el momento para sacar del bolsillo trasero de su pantalón una navaja automática. El nácar de las cachas resplandeció en el aire cuando se abalanzó sobre el Tasca y tras agarrarlo y forcejear, rodaron los dos por los suelos, conformando una extraña figura, fusionados en singular abrazo, debatiéndose entre forzados escorzos y alaridos. Tras unos instantes de estrambótica contienda se escuchó un desgarrado grito de dolor del viejo, y a continuación a Laslo exclamar con desesperación que salieran todos pitando.
Y allá que fueron de nuevo.
Rubí, con la mochila al hombro, su bolso rojo asido por la mano izquierda y haciendo rodar torpemente, de los nervios, su maleta a juego, avanzaba intentando recordar a toda prisa dónde coño había dejado su Ford fiesta, dónde, dónde. Laslo, que agarró su valija azul al tiempo que ocultaba el filo plateado y sangrante de la navaja con un clic y hundía ésta en su bolsillo, echando una última ojeada al viejo en el suelo y al hilillo rojo que comenzaba a fluir desde debajo de su cuerpo, sólo quería pensar que había sido no más que un pinchazo sin mayor importancia, vamos, nada. A ellos se unió, tras levantarse con expresión desencajada, la cara cadavérica, el pantalón rasgado y la camisa arrugada y con manchas, el publicista Gaspar, llevando una bolsa de plástico como único equipaje, y un mosaico de ideas desubicadas y contradictorias saltándole en la cabeza. Badián fue el último en reaccionar. Se puso en pie con dificultad y dolor, y al observar al Tasca tendido bocabajo en el suelo y el charco rojizo que se iba formando a su izquierda comenzó a gritar, ¡Han matado a Aureliano!, ¡han matado a Aureliano Buendía!,  al borde –o ya dentro- de otra de sus crisis.
Laslo se volvió hacia él con los ojos saliéndose de las órbitas, y agarrándolo con violencia por un brazo lo empujó hacia adelante mientras bramaba, ¿pero qué dices, loco? ¡tira para fuera y calla la boca!

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Foto: jose rasero

jueves, 3 de junio de 2010

Plan de mantenimiento de la cadena de frío.













Mira el horizonte, tú,
sólo nos queda eso.
Tapas o pinchos en el expositor.
Un reflejo de nosotros. Mírate bien.
No vayas más allá de frigoríficos
y gélidos.
Son el infierno. No te engañes.
Déjate acoger por la mesa
y avisar por los parroquianos.
Ellos saben que el arte, a veces, vive en las paredes
y  en los aires pulula.

Tú mira el horizonte,
y jamás creas que es eterno.
No supongas, siquiera un segundo,
que permanecerá ahí
las noches,
cuando los vidrios derritan hielos.

Entonces nada habrá.

Y conoce que nunca duermen
los espejos. Y piensa:  no es
transparencia
su desnudez,
sino disfraz.

No te engañes.
No absorbas lo congelado. Compruébalo.
No hay aromas.

Son el infierno.

Acógete a la mesa
y mira, en los aires,
las paredes.


Foto: jose rasero

martes, 1 de junio de 2010

31 - La huida (I)




-¿Sabes, hijo?, los mecanismos por los que opera el alcohol en el cerebro son muy similares en la mayoría de los animales, y así, tanto los gusanos, las moscas de la fruta, los ratones, y también los seres humanos, se intoxican con concentraciones similares de...
-...¡pare, pare!... -saltó Badián, ya con la paciencia muy mermada-... mire doctor, entenderá conmigo que con su no respuesta a mi pregunta la cuestión queda zanjada. No sigamos mareando la perdiz. Nada de todo lo que me ha contado ha sido experimentado con humanos. Ya está. Y es ahí donde entro yo, ¿verdad, don Jesús?...
-¡Pues claro! ¡Ahí entras tú, Badián! ¡Me encanta tu forma directa de encarar el asunto! Eres el individuo perfecto. El ser más adecuado. No estás limpio, pues tu cuerpo ha comprobado los efectos de beber. Tu organismo sabe, tu cerebro conoce. Pero no está afectado. Y ese cerebro es el que necesitamos para trabajar. Con tu ayuda daremos el paso definitivo para erradicar por siempre las adicciones. ¡El alcoholismo será la primera en desaparecer, en convertirse en un mal recuerdo de la humanidad!... -formulaba ya a voz en grito el doctor, cuyos azules ojos resplandecían arrebatados frente a Badián.
-...y por si esto fuera poco, hijo, tú podrás disfrutar de tu nuevo rostro...
-¿¡Cómo!?...
-...pero chico, ¿no has leído el contrato que firmaste?...
Badián tuvo suficiente con aquello.
Fue la gota que lo hizo explotar.
El espanto y la rabia que, con lentitud pero sin demora, se habían ido acumulando y adueñando por igual de todo él, serían los sentimientos que tras éstas últimas palabras lo llevaron a abalanzarse con inusitada violencia sobre el director, echándole las dos manos como garras al cuello y apretando con la fuerza de la ira al tiempo que gritaba, ¡Hijos de puta!,  ¡Esto era!...
El director Amiano, sorprendido en un primer momento, reaccionó al poco hundiendo la rodilla en la entrepierna de Badián, que cayó al suelo entre gritos de dolor.
Desde allí y pese a todo el joven consiguió golpear con su puño la espinilla del catedrático, que comenzó a dar ridículos saltitos por la habitación hasta tropezar y caer cual bulto sobre la cama.
Badián aprovechó para levantarse como pudo y salir directo hacia el pasillo, llevándose por delante a la doctora Bermejo, que se había colocado en la puerta con los brazos en aspa para impedirle el paso, y que salió despedida hacia atrás por la embestida de Badián, gritando en el aire, ¡¡has firmado un contrato, imbécil!!...
El joven, avanzando lo más rápido que le permitía el suplicio de su entrepierna, parecía una suerte de simio loco escapando de un zoo.
No se detuvo hasta llegar a la sala del televisor.
Allí se hallaban Laslo y Rubí, entrelazados en el sofá de escay, ajenos a la televisión encendida, como esperándolo.
-¡Eh, poeta! –Laslo se levantó y sujetó al dolorido Badián que, doblado   literalmente por la mitad, a punto estaba de caer rendido al suelo- Échate aquí un momento.
Así, lo depositó con cuidado sobre el sofá, donde adoptó una posición fetal, su cabeza y ojos a escasos centímetros de las piernas de Rubí.
Tal visión le duró bien poco pues Laslo llamó a la chica y le dijo  que trajera sus cosas de la habitación.
-Nos vamos.
Rubí salió veloz por el pasillo y Laslo se sentó en el sofá.
-Venga, reanímate, poeta, que esto se puede poner feo. Tenemos que largarnos.
Con la ayuda de Laslo Badián se incorporó en el sofá.
-Vale, ya estoy mejor...
Rubí apareció por la puerta a toda prisa, con una mochila colgada al hombro, su bolso rojo y tirando de una maleta roja de ruedas.
-¡Qué fuerte!... –exclamó casi sin aliento.
-¿Qué?, ¡¿qué?! –la apremió Laslo.
-Los ha encerrado por fuera... a los doctores... al director y a la Bermejo... -continuó una excitadísima Rubí.
-¿Quién?, ¡¿quién los ha encerrado?!
-La madame Clora... y después se ha ido abajo, tan tranquila...
-Vaya, no lo esperaba... esto nos lo pone todo más fácil –dijo Laslo ayudando a Badián a incorporarse del todo y mantenerse en pie.
Después alcanzó una maleta que se hallaba tras el sofá, también con ruedas, aunque de color azul, y les aclaró a los otros dos que saldrían por la parte de atrás.
-Los rumanos siempre andan por la entrada principal...


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Escaneado: TRAZO SUELTO JOMA (Detalle)
           magazine (30 de mayo de 2010)