martes, 28 de septiembre de 2010

46 - En la Cueva del Pájaro azul (1)












-Veo que sigues viva...
-...y tú en la calle...
Florencio pudo comprobar en primerísimo plano cómo  entre aquellas dos mujeres más allá de cierta antipatía lo que existía realmente era un profundo y trabajado odio.
-Bueno, mira, Floren, yo me largo...
Alicia bajaba los brazos antes incluso de iniciar la lucha, sin siquiera haber intentado confrontar fuerzas, en la atávica batalla de las dos hembras por el macho, pensaba un decepcionado Florencio.
Pero Lucía, muy segura de sí misma durante el breve y tenso encuentro, pareció doblegar a Alicia con su sola presencia, como si hubiera algún turbio asunto entre ambas que le impidiera a ésta plantar cara, hacerse valer, y que, en todo caso, la forzó a retirarse.
-...ya te llamo... -dijo, dándole dos cándidos besos en las mejillas a Floren.
Éste la vio marchar cabizbaja y no pudo menos que sentir cierta pesadumbre en su interior.
-Bueno, chico, por fin todo mío... -proclamó Lucía, satisfecha y radiante, asiendo el brazo de Florencio y pasándoselo alrededor de su cintura.
-¿Y Luis?...
-Luis ¿qué?...
-No sé, sois novios, ¿no?...
La carcajada de Lucía le explotó a Florencio junto a sus oídos y le produjo tal impresión que tuvo que detener sus pasos y apoyarse sobre los hombros de ella.
-...joder, pues sí que eres inocente, amigo, ¿será posible que no te hayas dado cuenta todavía de que Luis es gay?...
-Vaya, encima... lo que le faltaba...
-¿Cómo?
-No... esto... no me interpretes mal, no tengo nada contra los gays, pero no me negarás que ese chico es una cajita de sorpresas...
-Si lo dices por sus cambios de comportamiento y de indumentaria... compréndelo... su padre es un militar retirado de los de Franco... y su tío un cura, y director del instituto... su jefe, vamos...
-...ah, y por eso se esconde en el armario...
-Pues según cuándo, dónde, y con quién...
Durante unos instantes los dos caminaron abrazados entre la caótica masa de admiradores de arte, en silencio, pensativos.
-Pero, no sé, no crees que con treinta tacos ya podría ir más a las claras por la vida...
-Oye guapo, ¿no serás maricón tú  también?... ¡deja ya en paz a Luis, hombre!...
La curiosidad se abría paso a empellones en la mente de Florencio, deseando satisfacer las ansias de saber qué ocurría con ese Luis, con aquello de su conspiración, de qué diablos habían hablado esa tarde encerrados en la habitación, qué coño le pasaba con Alicia, pero, a pesar del alegre y desinhibidor
estado de ebriedad que lo envolvía, se abstuvo de comentar nada.
Tenía que reconocer que Lucía ejercía, también sobre él, un efecto intimidatorio.
Indudablemente era una joven con un carácter fuerte, que gustaba -y conseguía- de manejar ella las situaciones. Y a las personas.
-...y ahora vámonos de aquí, me aburro...
Desde su móvil llamó a un taxi, que los recogería en cinco minutos.
Ya en el interior del auto se dirigió al taxista.
-A la catedral, en la esquina con la calle San Juan... -indicó, volviéndose entonces salvaje e inesperada gata hacia Florencio, a quien besó directamente en la boca, hundiéndole la lengua con  descaro y voluoptusidad.
Mientras lo baboseaba, su mano fue descendiendo lentamente desde su pecho, por su estómago, hasta posarse sin recato alguno sobre su entrepierna, que manoseó a gusto, hasta conseguir una erección que pareció dejarla satisfecha.
-Ya llegamos...
Florencio salió del vehículo flotando en ensoñaciones pornográficas, y con la alegre entrepierna convencida de dirigirse sin dilación a casa de Lucía. Pero ésta, tirando de su mano, lo encaminó por la estrecha y oscura calle San Juan hacia un local en el número treinta y nueve al que se accedía descendiendo por unas tenebrosas  escaleras.
-¿Conoces la Cueva del Pájaro Azul?
-...alguna vez he estado... sí... –contestó un descolocado Florencio, notando cómo menguaba su baja y carnal euforia.
Tras bajar no sin dificultad las angostas y pronunciadas escaleras accedieron a aquel recinto subterráneo de forma algo laberíntica en su entrada, con reservados a un lado y otro, y una sala general amplia, de luces tenues, con un pequeño escenario al fondo,  mesas y sillas junto a él,  y una barra larga en uno de los laterales.
Se trataba de un antiguo tablao flamenco puesto al día con aires de época y un cierto toque canalla.
Un público trajeado, de cuarenta en adelante y en su mayoría masculino, ocupaba la mitad del aforo del local.
-¡Querida Lucía! –un hombretón de cara redonda y mofletuda, con grandes patillas y un trabuco al hombro, vestido de contrabandista de mil ochocientos y pico, se había acercado a ellos y besaba y abrazaba a Lucía con gran alborozo- Vamos, venid, os llevaré a una buena mesa.

martes, 21 de septiembre de 2010

45 - De exposición

Los tres llegaron abrazaditos, algo inestables en su andar y con grandes risas a la antigua nave industrial reconvertida en espacio cultural situada en las afueras, que era el objetivo de su salida.
Durante el trayecto en autobús Lucía había avanzado a Florencio aquello que se disponían a ver. Una exposición colectiva de un variado grupo de jóvenes artistas gaditanos. Fotógrafos, escultores, pintores. Y, para la ocasión, un peculiar grupo llamado Orquestina en Blanco, que hacía versiones  disparatadas de temas heterogéneos y algo peculiares que servían –según sus propias palabras- de hilo musical en todo tipo de eventos.
-Un lugar... grande –dijo Florencio mirando a derecha e izquierda al entrar en la nave, que se hallaba ocupada por grandes paneles en los que se exponían las obras fotográficas y pictóricas y que conformaban entre sí una especie de laberinto, salpicado éste en su recorrido por obras escultóricas de diferentes materiales y tamaños.
Aquello se encontraba atestado de un gentío variopinto y ruidoso y Lucía y Luis se vieron rodeados al instante de conocidos que los besaban y abrazaban con gran alboroto.
Florencio se separó de ellos, se inmiscuyó entre la masa y comenzó a recorrer aquellos meandros de arte, tropezando con unos y con otros. El azaroso periplo le llevó a una barra donde se servían bebidas y cosas para picar. Consiguió hacerse un sitio y esperó paciente a que algún camarero le prestase atención. Mientras aguardaba escuchó con curiosidad a unos jovencitos a su lado comentando entre chanzas el extraño caso de una mujer norteamericana que se había quedado embarazada estando ya embarazada.
-Sí, chicos, es un fenómeno conocido como superfetación... -explicó el flamante docente de forma delatoramente trabada.
Los jóvenes, tras mirarlo y aguantar unas risas, no le prestaron mayor atención y Florencio, agarrando el güisqui que acababan de servirle, se dijo que mejor así.
-Estos niñatos podrían ser alumnos míos...
Desde aquella posición en la barra se dominaba perfectamente el escenario, y desde allí vio subir a éste a un curioso grupo musical formado por un violinista, un saxofón, un guitarra, una teclista y un batería. Toda la banda vestía de un blanco impoluto y mostraban anudadas bajo el cuello de sus camisas sendas pajaritas negras.
Sin presentación alguna comenzaron a interpretar con un sonido moderado y de forma muy libre el tema de una antigua serie televisiva, Embrujada, y, efectivamente, nadie pareció hacerles caso alguno, mas ellos continuaron impasibles a lo suyo, llevando a cabo su particular concierto ambiental, a la manera, en cierto sentido, reflexionó Florencio, de la música de mobiliario de Erik Satie, aquella compuesta específicamente para no ser escuchada.
El grado de ebriedad de Florencio se extendía ya por su riego sanguíneo sin compuertas que pudieran detenerlo, y su mente era un revoltijo de felicidad y pasmo.
Pertrechado con su vaso largo continuó deambulando al alegre son de los Picapiedra, observando no sin cierta dificultad visual las relevantes muestras del arte contemporáneo gaditano.
Fue acercándose al escenario y al estar a unos metros comprobó que conocía a los músicos de la banda. Incluso había tocado con algunos de ellos. Les mandó un saludo que estos le devolvieron cordialmente.
Tras ello continuó su errática ronda hasta que de pronto tropezó con alguien, a quien del golpe tiró el vaso de cerveza. Al ir a disculparse vio que se trataba de un rostro conocido.
-Alicia...
Alicia era una especie de amiga, una conocida muy cercana, una enamorada de los sones de la flauta de Florencio, o quizás de algo más.
-¡Hola Florencio! –gritó la chica, saltándole al cuello y soltándole un sonoro beso en los labios.
Ella también andaba algo achispada, y agarrándolo de la cintura se puso a caminar sin más con él. Le contaba atropelladamente sus vacaciones en el norte, en Oviedo, una preciosidad, con sus monumentos, su estatua de Woody Allen, el monte Naranco, y muy limpia, una ciudad muy limpia.
-Y tú ¿qué tal? –inquirió con grandes ojos ansiosos.
Florencio le balbuceó como pudo las nuevas noticias sobre su condición de profesor.
-Vaya, ¡eso es estupendo! –y Alicia le volvió a estampar otro acústico beso en los labios.
-Podríamos celebrarlo en mi casa, es aquí cerca, y tú estás ya bastante cargadito... y además me lo debes, ¡me has tirado mi cerveza!...
Justo en ese momento apareció ante ellos con hiperbólica sonrisa, Lucía, blandiendo un cubata en su mano derecha, y la palma abierta en la izquierda, que colocó sobre la espalda de Florencio.
-Pero, ¿dónde andabas, hombre?, ando un rato buscándote como loca...
Un turbado Florencio intentó presentar a las dos chicas, pero, para su mayor pasmo, resultaron ser viejas conocidas.
-Hola Lucía –saludó Alicia en un tono de evidente desagrado.
Las miradas que se regalaron la una a la otra delataban una mutua y lejana antipatía.


Donde se cuentan las ocurrencias de Badián Parra y Florencio Acurio

Foto: jose rasero